lunes, 5 de mayo de 2008

HISTORIA DE DOMINGO SAVIO


Nació en San Giovanni da Riva, cerca de Chieri; pero cuando tenía sólo unos veinte meses, sus padres: Carlos y Brigida se trasladaron a Murialdo, donde nacieron sus hermanos. En 1847, su madre lo lleva a la Iglesia. Aprende a ayudar en Misa, llegando a ser un monaguillo ideal.

En febrero de 1849, se traslada a Mondonio. Tiene siete años y una preparación y madurez poco común para su edad. El 8 de abril de 1849, Domingo recibe su Primera Comunión. Arrodillado al pie del altar, con las manos juntas y con la mente y el corazón transportados al cielo, pronunció los propósitos que venía preparando desde hace tiempo:



En 1854, entra a formar parte del oratorio de Don Bosco. Sería un alumno fuera de lo común y expresará sus deseos de convertirse en sacerdote. Seis meses luego de ingresado al Oratorio, tras un sermón de Don Bosco, Domingo se propone ser Santo. Desde ese día su rostro se iluminó con una nueva sonrisa. La alegría se metió para siempre en su corazón juvenil. Sentía gran devoción por la Vírgen María, llegando a permanecer más de cinco horas en éxtasis ante su imagen.

Una noche Don Bosco encontró a Domingo temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una sábana. "¿Te has vuelto loco? -le preguntó- Vas a coger una pulmonía." Domingo respondió: "No lo creo. Nuestro Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén." Muere el joven santo. La delicada salud de Domingo empezó a debilitarse y en 1857, fue enviado a Mondonio para cambiar de aire. Los médicos diagnosticaron que padecía de una inflamación en los pulmones y decidieron sangrarlo, según se acostumbraba en aquella época. El tratamiento no hizo más que precipitar el desenlace. Domingo recibió los últimos sacramentos y, al anochecer del 9 de marzo, rogó a su padre que recitara las oraciones por los agonizantes. Ya hacia el fin, trató de incorporarse y murmuró: "Adiós, papá ... El Padre me dijo una cosa ... pero no puedo recordarla . . ." Súbitamente su rostro se transfiguró con una sonrisa de gozo, y exclamó: "¡Estoy viendo cosas maravillosas!" Esas fueron sus últimas palabras.

Fue a las diez de la noche del lunes 9 de marzo de 1857 que en la Iglesia, y fuera de ésta, todos repetían: "Ha muerto un Santo".

Fue sepultado el miércoles 11 de marzo. Sus restos permanecieron en la Capilla del cementerio de Mondonio hasta que definitivamente fueron trasladados a Turín, a la Basílica de María Auxiliadora.

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